jueves, agosto 24, 2006

Un día jueves

De una forma sincronizada mientras me sentaba en la butaca se apago la luz de la pequeña sala. Al comenzar la película pude notar que somos pocos los espectadores, unos asientos mas atrás están sentados unos ancianos que antes de comenzar a estructurarse la historia ya roncan bufando como locomotora. Repentinamente se ilumina un poco el aula producto de las imágenes proyectadas en el telón y me percato que a mi lado esta sentada una mujer joven encantadoramente bella, hipnotizada por lo que ocurría en la película. A unos pocos centímetros estando solo, ella me acompañaba casi recostada sobre la butaca con sus ojitos de agua muy similares como los de la geisha Sayuri. Ella no dejaba de suspirar por el romanticismo de la historia, yo tontamente solo la observaba y me encantaba la redondez de su boca y la postura circundante de sus manos con las mías. Mientas la pobre Sayuri luchaba tendenciosamente por enamorar a su director pensaba si es posible que alguien pueda esperar casi toda su vida a una persona.


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Después de haber visto la película camino en dirección al mar, a paso lento por la avenida el sonajear de unos zapatos me sigue, no quise girar para confirmar quien era si ya lo tenia bastamente claro, es la misma mujer de los ojitos de agua que como una sombra no dejaba tranquilo mis pasos. Al estar frente al imponente mirador y su rompe olas podía apreciar el furioso oleaje que rebasaba las rocas. La brisa marina y la bruma permitieron aislarnos de todo lo que nos rodea. Al verla parada frente a mi tan imponente como una roca logre reconocerla y sin hablarle le extiendo mi mano y la invito a bailar junto al calor de mis brazos constrictores. Antes de terminar la melodía una ráfaga de agua irrumpe nuestra tranquilidad y ella se esfuma miedosa porque el agua no congenia con sus pies de fuego y desaparece entre la bruma, pero aun así sigo bailando solo y sintiendo el calor de sus labios muy cerca de mi boca.


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sábado, agosto 12, 2006

Todos niños muertos desembocan en el mar.

mariposa

Religiosamente en cada atardecer Andrés busca el mar. Desde los 9 años de edad que se baña en el mismo lugar, cuando el sol se empieza a perder por la línea del horizonte y la gran masa de agua se recuesta sobre las rocas comienzan a despegar del agua los Hahave que son peces voladores. Cada Hahave es un niño que ha muerto en la tierra.

El atardecer de hoy no fue distinto a los otros. Mientras el crepúsculo se apoderaba del horizonte Andrés sabia que en playa Quchapata, aeropuerto de almas y lugar sagrado, estaban sus dos amigos aun esperando emprender el vuelo.

Al ver las posas que se forman entre los requeríos trataba de recordar el chapotear feliz de los niños y los juegos interminables de cada criatura que desembocaba como un río sobre estas aguas.

El día que Andrés conoció a sus amigos fue justo cuando estaba por cumplir los 9 años de edad. Algo lo conectaba a esta playa como si estuviese predestinado a conocerla. Mientras humedecía sus brazos sobre la ola como dos peces voladores se asoman dos niños que muy contentos lo saludan.

- Hola como te llamas - Le dicen las alegres criaturas.
- Andrés y ustedes -
- Me llamo Diego y yo Marie – Le responden.

Mientras Diego y Marie le contaban que ellos eran unos Hahaves y cada tarde cuando el sol se comienza a perder por la línea del horizonte despegan hasta el cielo. Marie murió cuando tenía 6 años de edad mientras que Diego falleció sin haber nacido, los dos se habían resistido despegar como el resto de los niños, porque aun tenían lazos muy fuertes con la vida. Ellos eran los únicos que aun conservaban sus cuerpos mientras que el resto de criaturas eran unos pequeños pececillos con alas. Andrés los contemplaba a todo y le sorprendía lo feliz que eran, no se cansaba de mirar como una bandada de niños rozaban las olas antes que estas se esparcieran como cabellos sobre la arena. Marie le explicaba que cuando un niño muere en cualquier recodo del mundo llega hasta esta playa y tiene la opción de ser un Hahaves o emprender un vuelo directo hasta su próxima vida.

- Andrés te has percatado que los pingüinos son aves y no vuelan, que vive en el mar y no son un pez. Ellos son niños esperando a sus padres u otro ser querido para no viajar solos -.

- A donde vuelan todos estos niños Marie -.

- Vuelan al cielo. El cielo es un mar inmenso donde navegan los Wawa y los Chacha (niños y hombres). Es el lugar de encuentro, en donde se reúnen todos los padres con sus hijos -.

- De que estas enfermo Andrés, porque logras vernos si nadie que este vivo tiene la capacidad de contemplar nuestro vuelo -.

- Hace un buen tiempo que los médicos me han desahuciado, estoy luchando una batalla que me parece perdida creo que el tratamiento me esta acabando mas rápido que la enfermedad. No quiero volver a una sala de hospital. Si supieras como deseo ser uno de ustedes. Los médicos y mi madre no entienden que ya me he cansado y cada día me cuesta mas mantener firme los pies en el suelo -.

La salud de Andrés cada día se deterioraba mas mientras que en el atardecer se hacia mas eterno su vuelo. Las quimioterapias no estaban estancando su enfermedad y el médico le informo a su madre que se iba en un viaje sin retorno, y como es natural en su condición de madre lo único que quería era retenerle y así comenzó a hacerlo. Esa mañana fría en el hospital camino al pabellón lo ve pasar casi sin su color natural de niño consentido. Su alma chapoteaba feliz junto a Marie y Diego en playa Quchapata. Esa semana se hicieron amigos inseparables, ellos lo esperaban sentado en las rocas mientras Andrés con su cuerpo enjuto se asomaba en cada crepúsculo cabalgando la ondulación de una ola.

Marie se comprometió volar junto con Andrés, a ella no la retenía nada mas que esperar a su amigo, mientas que Diego no se iría hasta saber que su madre deje de llorar unos versos cuando ve un niño correr por la calle.

La madre de Andrés presentía que estaba perdiendo a su hijo, que ahora volaba lejos, así que se arrodillo en el suelo en pleno pasillo de la sala del hospital y se largo a llorar, lloro de una forma tan desgarradora, deseosa de irse con su hijo. Su llanto eran dos largos brazos. Mientras que Andrés por fin tenía sus alas, era un Hahave y volaba sobres las olas junto a muchos otros niños. Voló sobre la cima de la última masa de agua como un delfín, ya era hora de despegar hacia el cielo junto a Marie cuando sintió a lo lejos los sollozos de su madre que impedía su vuelo. Ella con sus manos de llanto le despojaba sus alas, lo hizo con tanta delicadeza, con la misma que utilizaba para cambiarle la ropa antes de acurrucarlo a su pecho. Marie al percatarse decidió quedarse lo iba ha esperar el tiempo que fuera necesario. Desde ese día que Andrés es solo un pez de tierra firme.

Hoy mientras se baña en su playa sagrada ya no logra ver a sus amigos, pero sabe que en alguna roca lo observan y en cada atardecer Diego con su cuerpecito de nonato vuela hasta encontrar a su madre le da un beso y le susurra “No llores mas que nunca has estado sola, acá te espero para emprender el vuelo juntos”.

El Silencio de los grillos mudos les dedica estas líneas a todas las madres que aun lloran a su hijo y a CONAC. Cuando la ciencia ya no puede luchar contra el cáncer el amor de una madre es la que hace milagros. Es muy importante sensibilizar y prevenir esta enfermedad a tiempo.

martes, agosto 08, 2006

desconocida

Imagen: Paz Alvial, Desnudo Amarillo

Desconocida

Desconocida, llegaste a mi en un resoplar de viento
junto a las estaciones del año vestías inmóvil
la frescura de una mañana.
Como brisas sobre las olas tu cuerpo danza,
inestable, insegura, distante y silenciosa.
No solo a ti las flamas tientan tu ausencia a mi lado
que a mi también me tienta calcinarme
entre el rojizo de tus labios.

Tu mirada huye miedosa de mis ojos,
como huyen las brazas del fuego.
Me enamora la cabalgata indomable de tus cabellos,
que descienden vértebra a vértebra
por la extensión de tu cuello.
Vas y vienes flameando al viento
muda, sigilosa y palpitante.
Que misterio guarda tu voz, tu nombre
penetrante como un río.