miércoles, febrero 14, 2007


Todos en la vida tenemos un sueño, el mío siempre ha sido volar. Yo tenía una vida tranquila y apacible hasta que te conocí y me enseñaste que los sueños se pueden hacer realidad. De alguna forma me fuiste liberando, comprendí que no es necesario tener alas para poder planear sobre la costa, solo basta una buena compañera para emprender el viaje.

Mi vida era más bien monótona. Todas las tardes iba a la playa y me sentaba en una roca a observar la destreza de las aves al volar. Las miraba con tanto entretenimiento que sin darme cuenta me pasaba las horas observando su planear sobre las olas. Antofagasta nunca se ha caracterizado por tener playas paradisíacas, pero tiene la ventaja que en sus costas abundan las aves. El planear raso del gaviotin caguil, la gaviota de frabklin, el gaviotin monja y la garuma revolotean como niños en los acantilados arenosos, el viento en conjunto con las olas golpea los murallones de arena, mientras que la brisa brama en una gran boca petrificada encallada en las rocas. En los requeríos se siente el hormigueo de los lagartos al asecho en busca de algo para comer.

El día que te descubrí, pasaste tan rauda por mi lado que llegue a pensar que eras una mariposa en pleno vuelo. Sin la intención de detenerte seguiste danzando en la arena a pies descalza, mientras que tus piececitos en el desenfreno de tus movimientos vertiginosos no dejaban marcas sobre la arena, llegue a pensar que eras etérea. No entendía él porque de tanta felicidad, si parecías un niño jugando con las gaviotas. ¡Eras parte del viento y un poco de mar! Te observé durante mucho tiempo, y al cabo de unas horas ya me eras familiar.

Tú rostro lo reconocí de inmediato. El día anterior te había visto en un autobús. Estabas sentada en la última fila, observando por la ventana como transcurría la vida sin sentirte parte de ella. Estabas cansada de ser diosa. Cansada de que todos te contemplen y te adoren sin ni siquiera preguntar como estás. Pero ahí estas tú sentada tan cerca de mí como si fueras una sólida escultura. Pareces una ráfaga de luz en la penumbra. Ahí estas con tus largas cabelleras de sombras perdida en un mar sin olas. Te observo creciendo como raíces de un sauce a las orillas del lago que se filtra como mil lágrimas de dolor en esta ciudad.

Niña te he visto soñar con algo distinto cuando miras por la ventana. Te veo reprochar tu propio vestir, pero cuantas veces te he visto vestida de colores como si fueras un cometa en primavera. ¡Hay mujer! te he visto arrastrándote hasta el hastió de sentirte tan sola. Ansiosa de no ser tan esclava, de no menstruar, de no ser tan periódica. Te he visto cansada de que yo te observe como una diosa.

Aproximadamente ya han transcurrido casi cuatro años desde que te descubrí navegando en la frondosidad de tus ojos sueñazos y desde esa fecha hemos luchado contra las adversidades para caminar juntos sobre la húmeda arena. Han viajado tantas cartas desde tu islita caribeña hasta el desierto árido de mis costas, hemos hablado por horas deseando parar el tiempo para que la distancia se apiade un poco de nosotros. Pero este año burlaremos las predicciones y ya no será solo el rastro de un par solitario de huellas por la arena. Los atardeceres tendrán que acostumbrarse a vernos a diario contemplar juntos el ocaso del día.

Atte Paulo…