La desconocida
Gabriel García Márquez en su libro Doce Cuentos Peregrinos, hace mención de la vez que se enamoro de una desconocida. Sin saber ni siquiera su nombre la amo por unos instantes. Fue uno de esos amores fugaces que todos en más de una vez hemos vivido.
“ Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos almendras verdes, y tenia el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias.>, pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacia la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de Paris. Fue una aparición sobrenatural que existió solo un instante y desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.”
“ Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos almendras verdes, y tenia el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias.
Estaba el la típica fila de un banco, esperando que me atendieran. Cuando la veo pasar frente a mis ojos. Blanca, casi traslucida, con la curvatura de su boca como una manzana. Andaba con un traje de dos piezas y un par de botas negras que eran la extensión más perfecta de sus contorneadas piernas. Su caminar de gacela sobre el agua hizo llamar la atención de los demás clientes. Estaba ubicada en la fila exactamente a 5 personas de mis más extrañas intenciones. En ese justo momento di las gracias por la interminable fila, tenia el tiempo de sobra para contemplar su desconocida belleza. Para mi era un espectáculo verla ahí junto a mi, compartiendo la misma fila y haciendo mas grata la espera. A medida que avanzábamos y gracias al zigzaguear de la fila la desconocida la tenía enfrente. Pude ver sus grandes ojos de pantera, su piel blanca como las azucenas al alba. Inhale profundamente y pude bañarme con su aroma, usaba un perfume cítrico que expelía su cuerpo, y como enredaderas me trepaba su fresca fragancia.
La desconocida no mostraba ni el más mínimo interés por mí, pero yo la observaba de soslayo, y me vino como un relámpago a la memoria los ancianos burgueses de Kyoto que pagan sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas mas bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama, sin poder tocarlas ni despertarlas. Yo solo quería verla, no esperaba nada mas de ella, quería solo para mí ese amor fugaz que sentía por esa extraña, y desear clandestinamente su boca. Ahora entiendo muy bien a mi amiga Nathalia cuando me habla de los amores fugaces, esos de miradas perdidas por la calle. De encontrar a una persona completamente desconocida y tener por unos instantes una de tantas relaciones inocentes, esas que solo se concretan en nuestras mentes, pero hacen sentir tan bien.
Quien no ha tenido una relación fugaz alguna vez en su vida. Siendo que muchas veces tenemos a alguien que nos acompaña en el batallar cotidiano de nuestra existencia, pero esas miradas perdidas nos mantienen vivos y lejos de la monotonía. Cuando tenia a la desconocida a mi lado, casi rozando nuestras manos por la incomodidad de la fila. Me acorde de Malva Marina, sabia que no estaba engañándola, al contrario, esa completa desconocida me hacia recordarla. Me hizo sentir vivo, y por unos instantes sentí que Malva Marina también lo estaba.
Mientras me atendía el cajero y hacia la transacción, me di la libertad de mirar para atrás, quería saber ahora la ubicación de mi fugaz amada. Era la siguiente que esperaba su turno, así que me apresure y con un gesto de aprobación le dije al cajero que ya estaba todo en orden, antes de irme del banco quería verla en su esplendor. Al terminar, y el cajero dar el aviso de que le tocaba al siguiente, sabia perfectamente que era ella, así que guardo todos mis papeles y giro, esos escasos centímetros que nos separaban, era lo único que nos unía. Paso por su lado casi rozándola y en silencio le doy las gracias por hacer la espera mas grata, justo el día en que el banco estaba atochado de gente.